«Los extranjeros gozan en el territorio de la Nación de todos los derechos civiles del ciudadano; pueden ejercer su industria, comercio y profesión; poseer bienes raíces, comprarlos y enajenarlos; navegar los ríos y costas; ejercer libremente su culto; testar y casarse conforme a las leyes.»
Artículo 20 de la Constitución Argentina, 1853
Por desgracia, los liberales estamos agrupados con la derecha. Nada más lejano de la realidad. Durante la guerra civil española, los liberales lucharon con los socialistas y anarquistas contra el violento facismo, añorando el Trienio Liberal perdido. Hoy nos agrupan con la derecha porque los gobiernos son todos socialistas, y los liberales siempre estamos incómodamente contra el Estado.
Así habla Santiago Abascal, líder del partido Vox de ultraderecha de España:
“Quieren amordazar a los españoles mientras están con los enemigos de los españoles, que son los que asaltan nuestras fronteras.”
No soy de derecha. Me encanta la inmigración, y todas las libertades personales. Pero tampoco soy de izquierda. Ni durante la guerra civil española, ni ahora, transo con los que me agrupan. Los liberales somos anti Estado, anti violencia, anti control. Buscamos paz y mercado, progreso material, industria y trabajo libre, libre movimiento, libre pensamiento, libre expresión y libre religión.
Liberales fundaron América. Los inmigrantes trabajadores, escapando de gobviernos opresores, de guerras sin sentido, buscando prosperar con el trabajo de sus manos: los verdaderos liberales. Muchos conocen los preceptos estadounidenses, el ethos del lejano oeste: la frontera, la libertad del llano, el cowboy. Mucho hay ahí del ethos estadounidense. Pocos saben que también es el ethos argentino, y en realidad, americano. América es la nueva frontera, el desierto fecundo esperando ser poblado, el experimento de sociedad fundada por inmigrantes, que recibe (o recibía) con brazos abiertos al mundo. Grabado en bronce bajo la estatua de la libertad en Nueva York dice Emma Lazarus: “Tráiganme sus cansados, sus pobres, sus masas añorando respirar libres.”
“Give me your tired, your poor, Your huddled masses yearning to breathe free”
Los prejuicios de la inmigración
Pero aún nosotros americanos y liberales, descendientes de inmigrantes, ¡cuántos prejuicios y sofismos sufrimos! Juan Bautista Alberdi, pensador liberal, autor de las Bases (“Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina” 1852, guía de la Constitución Argentina), sostiene la máxima: “Gobernar es poblar”. Pero él mismo sufría, como todos, de varios prejuicios. Sobre la inmigración escribía:
“El ciudadano libre de los Estados Unidos es, a menudo, la transformación del súbdito libre de la libre Inglaterra, de la libre Suiza, de la libre Bélgica, de la libre Holanda, de la juiciosa y laboriosa Alemania.”
¿La juiciosa y laboriosa Alemania? ¿El mismo rubio nórdico que fue para los romanos el bárbaro incivilizado? ¿El vikingo que fue el terror de la Edad Media? ¿Qué hacía la laboriosa Alemania durante las guerras tricentenarias de las reformas protestantes? ¿Qué hacía la libre Europa durante la década del terror francés? ¿Durante el genocidio del Congo, autoría de Leopoldo II de la Libre Bélgica? ¿Durante el frente occidental de la Primera Guerra Mundial? ¿Dónde estaba la “Alemania protestante, laboriosa, amiga del reposo, de la vida doméstica y de la libertad social y religiosa” cuando se levantaban los campos de muerte en el 1933?
Alberdi aún escribe:
“Poblar es apestar, corromper, degenerar, envenenar un país, cuando en vez de poblarlo con la flor de la población trabajadora de Europa, se le puebla con la basura de la Europa atrasada o menos culta.”
2 millones de italianos llegaron a Nueva York en el principio del siglo XX, 17% de la población de la ciudad. ¿Cómo puede la “Europa atrasada o menos culta” fundar la capital del mundo? Texas y California, dos de los estados más productivos del país, eran colonias españolas hasta mediados del siglo XIX.
Existen culturas más ricas que otras, pero todo inmigrante llega igual: pobre, cansado, roto, enfermo, inculto, y con hambre de mañana.
“La forma más fecunda y útil en que la riqueza extranjera puede introducirse y aclimatarse en un país nuevo, es la de una inmigración de población inteligente y trabajadora”
¿Qué inmigrante no es trabajador? El único que no trabaja es el local, cómodo, arraigado, amigo de los subsidios, parásito del que trabaja: el aristócrata griego que dependía de sus esclavos, el noble que vive de impuestos, el eterno estudiante europeo buscando la siguiente beca. ¿Qué inmigrante no es arduo trabajador? Trabaja a deshoras para competir contra las corporaciones (monopolios amigos del Estado), suple el mercado en feriados, trabajan (o trabajarían) por monedas.
Trabajan y es suficiente. ¿Qué más hay? Ese prejuicio de civilización europea no representa más que modales en la mesa, normas de higiene personal y frases políticamente correctas. Al mercado no le importan todas esas ficciones de “educación”: son modas de modales. ¿Acaso las necesitó el Imperio Islámico a fines del primer milenio para progresar la ciencia, industria y enriquecer Asia Menor y África?
No importa que Alberdi haya sido racista. No soy Alberdista. Lo importante es que quedó escrito en la Constitución bajo el artículo 20 (cita al principio del artículo). Alberdi era racista porque la opinión vecinal entre los porteños bien vestidos era racista. Porque los “cabecitas negras” hacían ruido y ensuciaban las veredas. El puerto olía mal, las máquinas llenas de aceite y grasa, y a las señoras paquetas se les ensuciaban las medias. Pero a la Constitución le chupó un huevo, y orgullosamente escribieron los artículos 14 a 21 sobre las libertades comerciales, industriales y laborales, hoy tan faltantes.
Hoy de nuevo estamos invitados a que nos chupen un huevo los modales, las formas, lo políticamente correcto, la “imagen presidencial”, las máximas marketineras. El rol del Estado no es escuchar al vecino, al populacho, a los presentadores de tele, a ver quién huele mal y quién no habla inglés. La Constitución Argentina, así como la estadounidense, bien lo sabían: el Estado debe proteger la industria, el comercio, la propiedad privada, la labor del que hace. Debe proteger al trabajador de todo ministerio, sindicato, mafia, ejército y psicobolche que busque destruir (o “reorganizar”).
Argentina es liberal
El ethos argentino lo codificó el Martín Fierro: vivía en paz hasta que la tropilla lo raptó, lo arrastró a la otra punta de la Pampa, lo obligó a guardar un fuerte y a matar al indio. Destruyó así su vida, su familia y labor. Buenos eran sus días cuando tenía paz y disfrutaba su vida privada, sus hijos y mujer.
Así es la experiencia argentina por excelencia: hay paz y progreso, hay familia y trabajo, hasta que llega el Estado a robar, destruir con ilusiones de grandeza y vistiendo uniforme, anunciando inflación, políticas monetarias, expropiación y regulaciones.
El resto de su vida, Martin Fierro vivió prófugo por desertor. El Estado lo perseguía, en vez de proteger su propiedad y su familia. Así vive el comerciante barrani, el trabajador que prefiere que le paguen en negro porque sino no llega a fin de mes, el que comercia dólares, el que esconde mercadería para no declararla, el villero con bronca porque no le es legal trabajar: porque le falta algún permiso, porque emprender es una pesadilla burocrática, porque no hay trabajo que lo emplee con el sueldo mínimo.
Las villas miseria son caldo de oportunidad, tierra de promesas. Fuerza bruta de jóvenes con necesidades, con hambre. Energía, tiempo, ganas de futuro: personas, al fin, con manos para laburar. ¿Por qué es matrero el gaucho? Porque no le queda otra. Porque su casa no es suya, su trabajo es ilegal y su dinero no vale nada. No porque el resto de la población los condena al desprecio, sino porque el Estado los condena a la esclavitud. “Ser controlados en la actividad económica es ser controlado en todo”, (Hayek, 1944).
“Gobernar es poblar” dice la Constitución. Debería decir “Gobernar es dejar trabajar”. Hoy las fronteras son las villas miseria y el trabajador en negro. Pero el villero no es el bárbaro, sino el colono, el inmigrante de “cabecita negra”. Hoy como siempre, el inmigrante, el pobre es industria, es trabajo, si le permitimos trabajar a toda costa. Los jóvenes que nos vamos del país, los que se quedan atrapados en ciclos de violencia organizada, los que tenemos energía y tiempo, anunciamos al Estado: ¡Queremos trabajar! Queremos emprender, queremos ser dueños, queremos progresar, queremos abrir, armar, vender, cambiar, hacer crecer y enriquecer. El liberalismo es la única idea que defiende al individuo en su trabajo, frente a su enemigo: la mayoría.
Soy liberal
No soy de derecha, y la Constitución Argentina de 1853 tampoco. Aunque Alberdi tenga dejes iliberales:
“Gobernar es poblar muy bien; pero poblar es una ciencia, y esta ciencia no es otra cosa que la economía política, que considera la población como instrumento de riqueza y elemento de prosperidad. La parte principal del arte de poblar es el arte de distribuir la población. A veces, aumentarla demasiado es lo contrario de poblar; es disminuir y arruinar la población del país.”
La racionalidad es socialista, la derecha es socialista. Ella cree que puede y debe controlar. Que el rol del Estado es científico. Que la razón puede administrar mejor que la imposible mente descentralizada del mercado. Que el absoluto indivisible individuo es una herramienta para la civilización, y no al revés. Y ahí nos separamos los liberales de los racionalistas, empiristas y positivistas. Nosotros tenemos fe en el incomprensible mercado, o por lo menos, le tenemos más fe que al pretencioso Estado.
Personalmente, creo que Alberdi es (un tanto) liberal, y por suerte es lo que se filtró a la Constitución. Su fe en el trabajo del individuo y el mercado, y ese optimismo hacia la libertad se perciben. Así escribe:
Back to stories“Libertad es poder, fuerza, capacidad de hacer o no hacer lo que nuestra voluntad desea. Como la fuerza y el poder humano residen en la capacidad inteligente y moral del hombre más que en su capacidad material o animal, no hay más medio de extender y propagar la libertad, que generalizar y extender las condiciones de la libertad, que son la educación, la industria, la riqueza, la capacidad, en fin, en que consiste la fuerza que se llama libertad.”